sábado, 11 de abril de 2009

El dragó y la diosa.

Erase una vez un dragón horrible de enormes fauces que vomitaba fuego, con una larga cola verde esmeralda, toda erizada de puntas relucientes . El dragón que habitaba en una caverna submarina, era muy glotón de carne tierna y dulce de los niños ; por eso, apenas llegaba la primavera, salía de su antro tenebroso, tapizado de algas, y se acercaba a las playas del Japón , poblada de niños de todas las edades que jugaban con la arena y se zambullían en el agua azul alegres y juguetones.
El monstruo poníase en acecho y apenas uno de los niños se alejaba un poco de su mamá y se adentraba en el mar , apartándose de los demás , saltaba fuera de su escondite con un aullido que helaba a sangre se lo tragaba de un bocado.
¡Cuántas mamás y cuántos papás sumidos en el duelo a causa del monstruo cruel!
Desde lo alto de su castillo aéreo, Benten la diosa de la felicidad, observaba con el corazón destrozado aquellas escenas de matanza. La diosa, que era profundamente buena, se apiadaba, no sólo de las pequeñas victimas y de sus padres, sino también del monstruo.
-¿Quién sabe?- se decía. Su crueldad tal vez es debida sólo a la soledad a que está condenado. Evitado y temido por todos, está obligado a vivir en aquel horrible refugio, donde ni siquiera un rayo de sol va a ofrecerle su caricia. No es bueno porque no conoce la bondad; jamás nadie se la ha mostrado; se siente odiado por todos y odia a todo el mundo.
Y decidió hacer algo por aquel ser olvidado de los dioses y despreciado de los hombres.
Un día subió a una nubecilla en forma de cisne, que le servía de carruaje para atravesar los vastos espacios del cielo, y se hizo conducir precisamente al punto del mar donde estaba la gruta del dragón. Descendió hasta casi tocar la superficie del agua y se puso a llamar al monstruo con voces dulces como una música.
Y he aquí que el mar comenzó a agitarse y a rebullir como una enorme marmita; las aguas se separaron, y entre la espuma surgió primero la caverna en cuyo umbral estaba el dragón, y luego una isleta que sostenía la caverna.
La diosa sonrió y a su sonrisa, el agua se volvió azul y se aplacó, y una infinidad de flores abigarradas y perfumadas se abrieron en la isla. Benten se dejó caer, ligera como una mariposa, sobre aquella tierra admirable y, apenas la tocó con sus pies, una dulce música broto de los mil árboles floridos; y todo fue un rumor de alas, un gorjear de pájaros , un murmullo de fuentes y un borboteo de cascadas. El dragón, inmóvil, aturdido, observaba todas aquellas maravillas que nunca hubiese imaginado . La diosa, entonces, se le acercó, siempre sonriendo, y le dijo:
-¿Quieres que nos casemos? Ya no estarás solo; te amaré. Ambos viviremos en este pequeño paraíso y tendremos hermosos niños, y así te sentirás feliz y no comerás nunca más los niños de los hombres.
El monstruo dijo sí con su enorme cabeza, mientras dos lágrimas, dos perlas relucientes brotaban de sus ojos.
Desde aquel día, los niños del Japón pudieron jugar tranquilamente en las playas, y sus padres no tuvieron que temer más por ellos el asalto del hasta entonces temido dragón.

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