domingo, 28 de julio de 2013

El amigo

Ti-Lu trabajaba con afán. Había perdido a sus padres, no tenía hermanos ni hermanas, ni mujer ni hijos. Ningún pariente, ni un solo amigo. Pero gracias a su esforzado trabajo de tejedor olvidaba su soledad y sentíase contento.
Sin embargo, un amigo si hubiese querido tenerlo. Alguna vez reflexionaba en ello. Pensaba en  un amigo leal y generoso que supiera darle buenos consejos, que le contase hermosas historias de los tiempos antiguos y que, en los días grises, lo acompañase y le sonriese. Pero Ti-Lu sabía que en este mundo no existen semejantes amigos, porque sus tentativas para hallar a uno de ellos habían naufragado siempre en la desilusión.
Una vez logró tejer en un tapiz la figura de un hombre que tenía las manos una luminosa bola de plata. El tejido, una obra  maestra de arte y de buen gusto, le satisfizo sobre todo, la imagen masculina. Precisamente el rostro de aquella imagen revelaba sus secretos sueños. Era un rostro cordial y puro, lleno de benévola agudeza y de sabiduría, el rostro del amgio que inutilmente habìa buscado. Y dijo:
-Te quedarás conmigo, criatura de mi trabajo y de mi imaginación. Y me consolarás con tu rostro plácido y bueno, me espolearás en el trabajo con tu sonrisa cálida y afectuosa.
Decidió, pues, no vender jamás, a ningún precio, el hermosísimo tapiz. Pero un día llegó a su casa un mensajero del rey, un soberbio gentilhombre que llevaba ricos vestidos de raso.
-Tienes fama de ser un excelente artesano-le dijo. Su majestad, mi Señor, quiere un tapiz hecho por ti.
Ti-Lu, inclinándose respetuosamente prometió al ilustre personaje un tapiz artístico y original.
-Deja que piense un poco en ello, deja que la fantasía abra su saco mágico. Cuando la inspiración llegue, no dudare; pondré manos a la obra con entusiasmo.
El mensajero del rey contempló con admiración el tapiz con la figura del hombre que sostenía una bola de plata. Y le gustó.
-Quiero esté -dijo.
-Es demasiado sencillo- se apresuró a explicar el pobre Ti-Lu. En los amplios salones del rey desentonaría.
-Quiero éste- insistió el soberbio personaje. –Tómalo, entonces-contestó con gran suspiro el pobre artesano.
-¿El precio?
-Nada. Lo regalo.
-Eres astuto. Lo regalas porque esperas una espléndida recompensa.
A Ti-Lu le asomaron las lágrimas en los ojos. El hombre del tapiz, con su rostro afable, no era una simple imagen de la fantasía, sino un ser vivo, un amigo. ¿Habría podido vender a un amigo?
 No espero recompensa alguna.
-Bien. Como quieras.
Vinieron del palacio los criados del monarca, arrollaron el tapiz y se lo llevaron. Ti-Lu diose cuenta, por primera vez, del peso de la soledad. Era tan deprimente que no pudo soportarla. Salió afuera para distraerse. Caminó horas enteras por el campo. Le parecía  haber perdido a una persona muy querida, la única persona fiel. Llegó a la orilla de un río y sentose junto al agua. Y el humor de las ondas soba a sus oídos, a su alma, como una voz tierna, la voz del hombre sonriente, del hombre del tapiz.
Oscurecía; en el cielo se abrían los negros abismos de una noche profunda y tranquila. Daba pereza levantarse, emprender el camino de regreso.
Rezaba: “Buda, haz que pueda querer todavía mi casa, haz que pueda reanudar mi trabajo”.
Poco a poco, sobre su cabeza afligida se encendían las estrellas. Se detuvo un instante, contempló los luminares de oro.
-Estrellitas-vosotras no estáis solas: todas amigas, todas contentas. Consoladme. Yo soy un pobre solitario.
Las estrellas lo miraban titilando.
Prosiguió su camino. Despacio, fatigosamente. Su casa estaba abierta. Extrañose al erla iluminada. ¿Quién podía haber encendido la luz? Se acercó con ansia al umbral, miró dentro.Un hombre estaba sentado ene l suelo. Le sonrió amablemente.
-Entra, no te asustes.
Reconoció en él  a la imagen tejida en la alfombra, al amigo ideal.
Dio algunos pasos.
-No comprendo-balbució.
-Tu amor me ha dado vida. El amor anima las cosas y puede sacar de la impasibilidad de la materia la luz del espíritu.
Ti-Lu experimento una sensación cálida y confortante  de alegría. Y sentose al lado del amigo.
-¿Te quedarás siempre junto a mí?
-Me quedaré siempre contigo. Pero no aquí. Mira: la bola de plata que me pusiste en las manos anda ya rodando por los espacios. Dentro de poco la veremos brillar en el cielo. Y yo iré alla arriba para alcanzarla. Y desde lo alto, mientras todos, en la tierra, dormirán, yo solo velaré tu sueño, y cuando trabajes, te sonreiré para confortarte y estar contigo todo el tiempo.
Una fuerza misteriosa empujó otra vez a Ti-Lu fuera de su casa. En el cielo, entre las estrellitas, ahora casi invisibles, resplandecía luminosa su bola de plata.
Y pareciole que allá arriba un amigo lo miraba con ternura. Volviose para hablar con el hombre, pero había desaparecido. Apagó la lámpara y se sentó en el umbral de la csa. Y quedó contemplando, encantado, el hermoso rostro cordial que le sonreía desde el redondo, argentino disco de la luna.

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