domingo, 28 de julio de 2013

El mago Tom-bu

Un hombre se detuvo en la plaza de un pueblo. Era un tipo extraño: alto, magrisìmo, con unos ojos que parecían encendidos en perenne cólera. Hablaba con voz estridente, mirando amenazadoramente a los que estaban en torno suyo. Abrió una cajita de madera y sacó de ella un hombrezuelo de un palmo de estatura.
-Pim-gritó-; divierte a hombres y mujeres, divierte a viejos y niños.
El enano, de pie, sobre la mano de su dueño, saludo a diestra y siniestra, mientras sus minúsculas pupilas, negrísimas y opacas, daban vueltas sobre su esclerótica amarillenta. La gente reía. Nang pensó que Ling, su hijita, habría celebrado con risas los ademanes y los guiños de Pin. Pero Lin, pobre niña, no podía moverse de su camita. Estaba enferma desde hacía dos años, la tristeza se aliaba con la dolencia para acabar con ella. Hacía mucho tiempo que el padre no había visto sonreír a su criatura.
“Si quiero tener a Pim, es necesario que me apodere de el” Nang era hábil y prudente. El hombre alto y magro volvió a meter al enanito en la caja y pasó el platillo entre los circunstantes. Entonces Nang se acercó y le dijo:
-Yo debo irme a mi pueblo, que dista a una legua de aquí. Tengo la barca a la orilla del ròp. Si quieres trasladarte a algún pueblo de los alrededores puedo llevarte.
Y Nang contribuyó al espectáculo con una moneda de cobre.
El dueño de Pim lo miró con desconfianza. Luego dijo con una mueca:
-Acepto- y continúo pasando el platillo.
Hubiérase dicho que dispensaba a Nang un favor supremo. Cuando hubo recogido una cierta suma, el dueño de Pim despidió con voces coléricas a la gente que no se decidía a abandonar la plaza.
-Siégueme- Invito Nang.
Ambos caminaron un largo trecho. La barca reposaba en la arena de la ribera. Era brillante y roja; una alfombre verde de lana le daba un aspecto cómodo y acogedor. El hombre larguirucho salto adentro sin doblarse. Tenía la imposibilidad y la rigidez de un palo.
-Puedes echarte-aconsejo Nang-; la barca es blanda como una cama.
El hombre se echó sin muchos cumplidos.
Estrechaba contra su pecho la cajita de madera.
Nang empujó la ligera embarcación hacia el agua. Y se puso a remar. Cantaba con dulzura:
La luna despierta
En su palacio de nubes.
Y dentro de poco
Se asomará a la ventana.
La barca se deslizaba sobre el agua apacible del río. En el cielo palpitaban las sombras violentas del crepúsculo. El larguirucho estaba cansado; la voz de Nang, armoniosa y amable, lo acunaba. Acabó por dormirse, estrechando como siempre la cajita de madera.
Cuando se convencido de que el sueño del compañero era profundo, Nang detuvo la barca y la varó en la orilla. Entonces se apodero de la cajita y echo a correr. Llegó a su pueblo en pocos minutos y se precipitó a su casa, donde lo esperaba la mujer y la enfermita.
-Traigo un regalo-gritó alegremente.
Abrió la cajita y ante todo asombro de la mujer y la niña, sacó de ella Pim.
El hombrecito se escabullo de su prisión  y púsose a hacer piruetas por la estancia, dando saltos sobre la cama de la niña.
De repente se puso grave:
-Oh, amigo mío!-dijo saltando velozmente sobre el hombro de Nang. Yo soy el príncipe Ven-Sa. Vivía feliz en mi palacio de madreperla y cristal. Mis padres me adoraban, mis amigos me querían y admiraban. Y fui a parar no sé cómo a la casa del Mago Tom-Bu. Un verdadero diablo. Tom-Bu odiaba a mi padre. Y precisamente para hacerle daño, me transformo en una especia de ridículo juguete, pronunciando algunas palabras mágicas. Hace diez años que me lleva consigo,  obligándome a hacer el bufón ante miles de espectadores.
Nang se conmovió. Y también se conmovieron profundamente su mujer y su hijita.
-Quiero librarte del mal encantamiento-dijo Nang, con generosidad.
-No es posible-Lámentose pin-; nadie en el mundo conoce las palabras misteriosas que poseen de hacer que recobre mis proporciones. En cambio, conozco muy bien  las palabras que hacen empequeñecer. Se necesitan pronunciarlas al aire libre. Sin embargo, yo no  puedo utilizarlas en mal de nadie. Porque no soy un hombre como los demás. Me veo reducido a un miserable estado, preso en las redes de un siniestro maleficio.
La enfermita estallo en sollozos.
-¡Oh, padre mío, ayuda a este pobrecillo!
Nang tuvo una idea genial.
-¿Cuáles son las palabras que se pronuncian para empequeñecer a un hombre?
-Estas Baquicá Coquequé
-¡Ah! Baquicá Coquequé. Muy bien no las olvidare: Baquicá Coquequé.
La enfermita ceso de llorar inmediatamente.
-Esperadme- dijo el hombre. Y hecho a correr hacia el río. La barca seguía en la orilla, en el mismo sitio en que la dejara. Tom-Bu seguía durmiendo.
Nang empujó la embarcación hacía el agua, salto adentro y se puso a remar, cantando.
El mago, finalmente se despertó y lanzó un grito de rabia.
-¿Y la cajita? ¿Dónde está mi cajita? Nang, sin inmutarse, pronunció las palabras mágicas:
Baquicá Coquequé.
El hombretón  se convirtió inmediatamente en un enanito de apenas un palmo de alto.
Era realmente cómico, y la cólera lo hacía más ridículo.
Quiero recobrar mis proporciones, yo no puedo ser un muñeco.
-Transfórmate, si quieres-dijo Nang.
-¡Ah! Lo haría con gusto y te aplicaría  un castigo tremendo, te lo aseguro. Mas así reducido, soy como una monda de manzana; no puedo hacer nada.
-Lastima-dijo Nang con ironía.
Tom-bu guardo unos momentos de silencio. Luego fingió cierta calma y se esforzó en hablar amablemente.
-Tú podrías ayudarme. A pesar de todo, no creo que seas malo.
-¿Y cómo podría ayudarte?
-¡Oh! Es muy sencillo. Pronunciando las palabras: Mitutú, napopó.
-Con mucho gusto, con muchísimo gusto. Pero temo que estas palabras sean demasiado difíciles para mí. ¿Sabes? Tengo un forúnculo en la lengua, y no puedo decir todo lo que quiero.
-Pruébalo, te lo ruego, Mitutú, napopó.
Nang había varado la barca.
-Espérame-gritó al hombrecito-; voy a ponerme en la lengua los polvos de zit. Los polvos de zit son milagrosos.
Echó a correr, y llegó  a su casa en un abrir y cerrar de ojos. Su mujer y su hija estaban consolando a Pim.
-¡Alegraos todos!-grito Nang.
Y exclamo victoriosamente:
¡Mitutú, napopó!
Pim volvió de golpe a ser el bellísimo príncipe que antes había sido. Y la niña enferma sintió tan grande alegría con el milagro, que sanó repentinamente de su enfermedad.
-¡Oh, Nang!-dijo el joven. Ven-Sa conoce la gratitud. Me voy al reino de mis padres. Pero volveré pronto. Y entonces vosotros me acompañaréis, y tu hijita será mi esposa.
-¿Y qué haremos con el mago que he transformado en enano?-preguntó Nang.
-Abandónalo a su suerte- aconsejó Ven-Sa, antes de alejarse de sus amigos.
Nang no pudo resistir la tentación  de volver a ver a Tom-bu. A pesar de todo, le daba lástima. Pero Tom-Bu ya no estaba en la barca. Dando saltos de impaciencia y de rabia, acabó por car al río, ahogándose lastimosamente.
Dos años más tarde, el príncipe Ven-Sa contraía nupcias con Flor de lila, la hijita de Nang. Fueron largos días de festejos y esplendor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario