jueves, 1 de agosto de 2013

105 Edipo

a. Layo, hijo de Lábdaco, se casó con Yocasta y gobernó en Tebas. Afligido por no haber tenido hijos durante largo tiempo, consultó en secreto con el oráculo de Delfos, el cual le informó que esa aparente desgracia era un beneficio, porque cualquier hijo nacido de Yocasta sería su asesino. En consecuencia, repudió a Yocasta, aunque sin darle explicación alguna de su decisión, cosa que le ofendió a ella de tal modo que, después de hacer que se emborrachara, consiguió mañosamente que volviera a sus brazos en cuanto hubo anochecido. Cuando, nueve meses después, Yocasta dio a luz un hijo, Layo lo arrancó de los brazos de la nodriza, le taladró los pies con un clavo, se los ató el uno al otro y lo dejó abandonado en el monte Citerón.

b. Pero las Parcas habían decidido que ese niño llegara a una vejez lozana. Un pastor corintio lo encontró, le llamó Edipo porque sus pies estaban deformados por las heridas hechas con el clavo, y lo llevó a Corinto, donde el rey Pólibo reinaba en aquel momento.

c. Según otra versión de la fábula, Layo no abandonó a Edipo en la montaña, sino que lo encerró en un arca que fue arrojada al mar desde un barco. El arca flotó a la deriva y llegó a la costa de Sición, donde Peribea, la esposa de Pólibo, estaba por casualidad en la playa vigilando a las lavanderas de la casa real. Recogió a Edipo, se retiró a un soto y simuló que sufría los dolores del parto. Como las lavanderas estaban demasiado ocupadas para observar lo que ella hada, les engañó a todas haciéndoles creer que acababa de dar a luz a aquel niño. Pero Peribea le dijo la verdad a Pólibo, quien, como tampoco tenía hijos, tuvo la satisfacción de criar a Edipo como su hijo propio.
Un día, habiéndole vituperado un joven corintio diciéndole que no se parecía lo más mínimo a sus supuestos padres, Edipo fue a preguntar al oráculo de Delfos qué era lo que le reservaba el futuro. «¡Aléjate del altar, desdichado! —le gritó la pitonisa, con repugnancia— ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!»

d. Como Edipo amaba a Pólibo y Peribea y no deseaba causarles un desastre, decidió inmediatamente no volver a Corinto. Pero sucedió que en el estrecho desfiladero entre Delfos y Dáulide se encontró con Layo, quien le ordenó ásperamente que saliese del camino y dejara pasar a sus superiores. Se debe explicar que Layo iba en carro y Edipo a pie. Edipo replicó que no reconocía más superiores que los dioses y sus propios padres.
—¡Tanto peor para ti! —gritó Layo, y ordenó a su cochero, Polifontes, que siguiera adelante.
Una de las ruedas magulló el pie de Edipo, quien, impulsado por la ira, mató a Polifontes con la lanza. Luego derribó a Layo, quien cayó al camino enredado en las riendas, fustigó a los caballos e hizo que éstos lo arrastraran y le mataran. El rey de Platea tuvo que enterrar ambos cadáveres.

e. Layo se estaba dirigiendo al oráculo para preguntarle cómo podía librar a Tebas de la Esfinge. Este monstruo era hija de Tifón y Equidna o, según dicen algunos, del perro Ortro y la Quimera, y había volado a Tebas desde la parte más distante de Etiopía. Se la reconocía fácilmente por su cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de serpiente y alas de águila. Hera había enviado recientemente a la Esfinge para castigar la ciudad de Tebas porque Layo había raptado en Pisa al niño Crisipo; habiéndose instalado en el monte Picio, cerca de la ciudad, proponía a cada viajero tebano que pasaba por allí un enigma que le habían enseñado las Tres Musas: «¿Qué ser, con sólo una voz, tiene a veces dos pies, a veces tres, a veces cuatro y es más débil cuantos más pies tiene?» A los que no podían resolver el enigma los estrangulaba y devoraba en el acto, y entre esos infortunados estaba Hemón, el sobrino de Yocasta, a quien la Esfinge hizo haimon, o «sangriento», verdaderamente.
Edipo, quien se acercaba a Tebas inmediatamente después de haber matado a Layo, adivinó la respuesta: «El hombre —contestó—, porque se arrastra a gatas cuando es niño, se mantiene firmemente en sus dos pies en la juventud, y se apoya en un bastón en la vejez.» La Esfinge, mortificada, saltó desde el monte Picio y se despedazó en el valle de abajo. En vista de esto los tebanos, agradecidos, aclamaron a Edipo como rey, y se casó con Yocasta, ignorando que era su madre. .

f. Entonces una peste invadió Tebas y cuando se consultó una vez más al oráculo de Delfos, contestó: «¡Expulsad al asesino de Layo!» Edipo, que no sabía con quién se había encontrado en el desfiladero, maldijo al asesino de Layo y lo condenó al destierro.

g. El ciego Tiresias, el adivino más famoso de Grecia en esa época, pidió a Edipo una audiencia. Algunos dicen que Atenea, quien lo había cegado, porque inadvertidamente la había visto bañándose, atendió a la súplica de su madre y, tomando a la serpiente Erictonio de su égida, le ordenó: «Limpia los oídos de Tiresias con tu lengua para que pueda entender el lenguaje de las aves
proféticas.»

h. Otros dicen que en una ocasión, en el monte Cilene, Tiresias había visto a dos serpientes en el acto de acoplarse. Cuando ambas le atacaron, las golpeó con su bastón y mató a la hembra. Inmediatamente Tiresias se convirtió en una mujer y llegó a ser una ramera célebre; pero siete años después acertó a ver el mismo espectáculo y en el mismo lugar, y esta vez recuperó su virilidad matando a la serpiente macho. Otros dicen que cuando Afrodita y las tres Carites, Pasítea, Calé y Eufrósine, disputaron acerca de cuál de las cuatro era más bella, Tiresias otorgó el premio a Calé; inmediatamente Afrodita lo convirtió en una anciana. Pero Calé lo llevó consigo a Creta y le regaló una hermosa cabellera. Algunos días después Hera comenzó a reprocharle a Zeus sus numerosas infidelidades. Él las defendió alegando que, en todo caso, cuando compartía el lecho con ella, ella disfrutaba muchísimo más que él.
—Las mujeres, por supuesto, gozan con el acto sexual infinitamente más que los hombres —le dijo en tono fanfarrón.
—¡Qué tontería! —replicó Hera—. Sucede exactamente lo contrario y lo sabes muy bien.
Tiresias, llamado para arbitrar la disputa con su experiencia personal, declaró:
«Si en diez partes divides del amor el placer, una a los hombres va y nueve a la mujer.»
La sonrisa triunfante de Zeus exasperó de tal modo a Hera que cegó a Tiresias, pero Zeus le compensó con la visión interior y una vida que abarcó siete generaciones.

i. Tiresias se presentó en la corte de Edipo, apoyándose en el bastón de madera de cornejo que le había dado Atenea, y reveló a Edipo la voluntad de los dioses: que la peste cesaría solamente si un Hombre Sembrado moría en beneficio de la ciudad. El padre de Yocasta, Meneceo, uno de los que habían brotado de la tierra cuando Cadmo sembró los dientes de la serpiente, se arrojó inmediatamente de las murallas, y toda Tebas elogió su abnegación cívica.
Tiresias anunció luego:
—Meneceo ha obrado bien y la peste cesará. Pero los dioses tienen en consideración a otro de los Hombres Sembrados, uno de la tercera generación pues ha matado a su padre y se ha casado con su madre. ¡Sabed, reina Yocasta, que ese hombre es tu marido Edipo!

j. Al principio nadie quiso creer a Tiresias, pero pronto sus palabras quedaron confirmadas por una carta de Peribea desde Corinto. Escribía que la súbita muerte del rey Pólibo le permitía ahora revelar las circunstancias de la adopción de Edipo, y lo hacía con detalles condenatorios. Yocasta se ahorcó de vergüenza y de pena y Edipo se cegó con un alfiler que tomó de los vestidos de ella.

k. Algunos dicen que, aunque atormentado por las Erinias, que le acusaban de haber causado la muerte de su madre, Edipo siguió reinando en Tebas durante un tiempo, hasta que murió en una batalla. Según otros, sin embargo, el hermano de Yocasta, Créonte, le expulsó, pero no antes que maldijera a Eteocles y Polinices —que eran al mismo tiempo hijos y hermanos suyos— cuando insolentemente le enviaron la parte inferior de un animal sacrificado, o sea el anca en vez del cuarto delantero que correspondía al rey. En consecuencia observaron sin derramar lágrimas cómo abandonaba la ciudad que había librado del poder de la Esfinge. Después de vagar durante muchos años de un país a otro, guiado por su fiel hija Antígona, Edipo llegó por fin a Colono en el Ática, donde las Erinias, que tienen allí un bosquecillo, le persiguieron hasta matarlo, y Teseo enterró su cadáver en el recinto de los Solemnes de Atenas, y lo lloró al lado de Antígona.

1.      La fábula de Layo, Yocasta y Edipo ha sido deducida de una serie de iconos sagrados mediante una corrupción deliberada de su significado. Un mito que explicaría el nombre de Lábdaco («ayuda con antorchas») se ha perdido; pero puede referirse a la llegada a la luz de las antorchas de un Niño Divino, llevado por vaqueros o pastores, en la ceremonia del Año Nuevo, y aclamado como hijo de la diosa Brimo («rabiosa»). Este eleusis, o advenimiento, era el acontecimiento más importante en los Misterios Éleusinos, y quizá también en los ístmicos (véase 70.5), lo que explicaría el mito de la llegada de Edipo a la corte de Corinto. Los pastores adoptaban o rendían homenaje a otros muchos príncipes niños legendarios o semi-legendarios, tales como Hipótoo (véase 49.a). Pelias (véase 68.d), Anfión (véase 76.a). Égisto (véase 111.i), Moisés, Rómulo y Ciro, todos los cuales eran abandonados en una montaña o confiados a las olas en un arca, o ambas cosas. A Moisés lo encontró la hija del Faraón cuando bajó al río con sus mujeres. Es posible que Oedipus, «pie  hinchado»,   fuera   originalmente   Oedipais,   «hijo  del mar agitado», que es el significado del nombre que se da al héroe gales correspondiente, Dylan; y que la perforación de los pies de Edipo con un clavo pertenezca al final y no al comienzo de su fábula como en el mito de Talos (véase 92,m y 154.h).

2.      El asesinato de Layo es un recuerdo de la muerte ritual del rey solar por su sucesor: derribado de un carro y arrastrado por los caballos (véase 71.1) cuando terminaba el primer año de su reinado.

3.      La anécdota de la Esfinge ha sido deducida, evidentemente, de una ilustración en que aparecía la diosa Luna alada de Tebas, cuyo cuerpo compuesto representa las dos partes del año tebano —el león a la parte creciente y la serpiente a la parte menguante— y a quien el nuevo rey ofrece sus devociones antes de casarse con su sacerdotisa, la Reina. Parece también que el enigma que la Esfinge aprendió de las Musas ha sido inventado para explicar una ilustración de un infante, un guerrero y un anciano, los tres adorando a la diosa triple: cada uno de ellos rinde homenaje a una persona diferente de la tríada. Pero la Esfinge, vencida por Edipo, se mató, y lo mismo hizo su sacerdotisa Yocasta. ¿Fue Edipo un invasor de Tebas en el siglo XIII que suprimió el antiguo culto minoico de la diosa y reformó el calendario? Bajo el viejo sistema, el nuevo rey, aunque extranjero, había sido teóricamente un hijo del rey viejo al que mató y con cuya viuda se casó; costumbre que los invasores patriarcales tergiversaron considerándola como parricidio e incesto. La teoría freudiana de que el «complejo de Edipo» es un instinto común a todos los hombres fue sugerida por esta anécdota corrompida, y aunque Plutarco recuerda (Sobre Isis y Osiris 32) que el hipopótamo «asesinaba a su padre y violaba a su madre», nunca habría sugerido que todos los hombres tienen un complejo de hipopótamo.

4.      Aunque los patriotas tebanos, poco dispuestos a admitir que Edipo era un extranjero que tomó su ciudad por asalto, preferían hacer de él el heredero perdido del reino, la verdad es revelada por la muerte de Meneceo, miembro de la raza pre-helena que celebraba el festival de las Pelonas en memoria del demiurgo Ofión, de cuyos dientes pretendían haber nacido. Se lanzó a la muerte con la esperanza desesperada de aplacar a la diosa, como Mercio Curcio cuando se abrió una sima en el Foro romano (Livio: vii.6), y el mismo sacrificio se ofreció durante la guerra de los «siete contra Tebas» (véase 106.j). Sin embargo, murió en vano; de otro modo la Esfinge y su suprema sacerdotisa no se habrían visto obligadas a suicidarse. La fábula de la muerte de Yocasta por ahorcamiento es probablemente un error; se dice que la Helena del culto del olivo, lo mismo que Erígone y Ariadna del culto del vino, murieron de ese modo, quizá para explicar las figurillas de la diosa Luna que colgaban de las ramas de los árboles en los huertos como un talismán de la fertilidad (véase 79.2, 88.10 y 98J). En Tebas se utilizaban figurillas análogas y cuando Yocasta se suicidó lo hizo indudablemente arrojándose desde una roca, lo mismo que la Esfinge.

5.      La aparición de «Tiresias», título común de los adivinos en toda historia legendaria de Grecia indicaba que Zeus le había concedido a Tiresias una vida notablemente larga. Ver serpientes acoplándose se considera todavía infausto en la India meridional; la teoría es que el testigo será castigado con la «enfermedad femenina» (como la llama Herodoto), a saber, la homosexualidad; aquí el fabulista griego ha llevado la fábula un poco más adelante para provocar la risa contra las mujeres. El cornejo, árbol adivinatorio consagrado a Crono (véase 52.3 y 170.5), simbolizaba el cuarto mes, el del equinoccio de la primavera; Roma fue fundada en esa estación en el lugar donde golpeó en tierra la jabalina de madera de cornejo lanzada por Rómulo. Hesíodo convirtió a las dos Carites tradicionales en tres (véase 13.3), llamándolas Eufrósine, Aglaye y Talía (Teogonia 945). El relato de Sosóstrato sobre la disputa por la belleza tiene poco sentido, porque Pasithea Cale Eupbrosyne, «la Diosa de la Alegría que es bella para todos», parece haber sido el título de la propia Afrodita. Puede haberlo tomado del Juicio de París (véase 159.i y 3).

6.      Sobreviven dos relatos incompatibles de la muerte de Edipo. Según Homero, murió gloriosamente en batalla. Según Apolodoro e Higinio, fue desterrado por el hermano de Yocasta, un miembro de la casa real cadmea, y vagó como mendigo ciego por las ciudades de Grecia hasta que llegó a Colono, en el Ática, donde las Furias le persiguieron hasta darle muerte. Que Édipo se cegara a sí mismo por remordimiento lo han interpretado los psicólogos como castración, pero aunque los gramáticos griegos dijeron que la ceguera de Fénix, el preceptor de Aquiles (véase 160.l) era un eufemismo por impotencia, el mito primitivo es siempre categórico, y la castración de Urano y Atis siguió siendo recordada sin rubor en los libros de texto clásicos. La ceguera de Edipo, en consecuencia, parece una invención teatral más bien que un mito original. Las Furias eran personificaciones de la conciencia, pero de la conciencia en un sentido muy limitado: despertada tan sólo por la violación de un tabú maternal.

7.      Según la fábula no homérica, el desafío de la diosa de la ciudad por Edipo fue castigado con el destierro, y él murió luego víctima de sus temores supersticiosos. Es probable que sus innovaciones fuesen repudiadas por los tebanos conservadores; y, ciertamente, la renuencia de sus hijos y hermanos a concederle el cuarto delantero de la víctima sacrificada equivalía a negarle su autoridad divina. La espaldilla era el emolumento sacerdotal en Jerusalén (Levítico vii.32 y xi.21, etc.) y Tántalo puso una ante la diosa Deméter en un famoso banquete de los dioses (véase 108.c). Entre los akan la paletilla de la derecha todavía se concede al gobernante. ¿Trató Edipo, como Sísifo, de sustituir las leyes de sucesión matrilineales por las patrilineales y le desterraron sus subditos? Parece probable. Teseo de Atenas, otro revolucionario patriarcal del Istmo, quien destruyó el antiguo clan ateniense de los Palántidas (véase 99.a), es asociado por los dramaturgos atenienses con el entierro de Edipo, y también fue desterrado al final de su reinado (véase 104.f).

8.      Tiresias figura aquí dramáticamente como el profeta de la deshonra final de Edipo, pero la fábula, tal como sobrevive, parece haber sido invertida. En un tiempo puede haber sido algo así:

Edipo de Corinto conquistó Tebas y llegó a ser rey casándose con Yocasta, una sacerdotisa de Hera. Luego anunció que el reino pasaría en adelante de padre a hijo siguiendo la línea masculina, que es una costumbre corintia, en vez de seguir siendo el don de Hera la Estranguladora. Edipo confesó que se sentía deshonrado por haber dejado que los caballos del carro arrastraran y dieran muerte a Layo considerado su padre, y por haberse casado con Yocasta, quien le había hecho rey mediante una ceremonia de renacimiento. Pero cuando trató de cambiar estas costumbres, Yocasta se suicidó como protesta y Tebas fue víctima de una peste. Por consejo de un oráculo, los tebanos negaron entonces a Edipo la paletilla sagrada y le desterraron. Murió en una tentativa inútil de reconquistar su trono mediante la guerra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario